El ilustrador tiene un mal nombre, un nombre equivocado, o anticuado: vuestro trabajo demuestra bien a las claras que ya no se trata de ilustrar, colorear, subrayar, sino de imaginar, de dar un punto de vista complementario, que incluso tiene licencia para ser contradictorio, que es la auténtica mirada al texto del "imaginador". Gonzalo Moure Caí casi por encanto en el universo de la ilustración para niños y jóvenes. Si bien había dibujado y pintado toda mi vida, nunca se me había ocurrido pensar en la persona que se encontraba detrás de las imágenes que adornaban, enriquecían y hablaban por sí solas en los libros que pasaban por mis manos. ¿Quiénes eran esos magos del color y de la línea? Me asombré la primera vez que pensé que al igual que en las palabras estaban la mano, la imaginación, los sueños y la vida del escritor, en las ilustraciones también existía una persona que nos hablaba sobre una historia desde sus propios significados. Luego, me sorprendí aún más cuando descubrí que en mi país había gente que se dedicaba a este oficio, que destinaba su tiempo a analizar, interpretar y representar gráficamente los textos desde sus propias lecturas.
Después de más de catorce años de mi primer acercamiento a los ilustradores ecuatorianos, de compartir con muchos de ellos una de las partes más emocionantes de mi vida, de dejarme enseñar, conducir y apasionar; entendí que cada trabajo no es solamente el resultado de un montón de tiempo de formación en técnicas de representación gráfica, en historia del arte, en lecturas de investigación y literatura, en la observación del mundo y de las referencias gráficas de diversas realidades y contextos, sino que además, es una entrega íntima y generosa de una parte de sus vidas, sus sueños, sus ilusiones y sus pasiones.
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